martes, 17 de septiembre de 2013

EXCURSIÓN A VOGAN II

Cuando ya llevábamos un buen rato en el poblado de nuestro amigo Diego, nos dijo que daríamos un paseo para conocer el poblado principal, que estaba a poco menos de un kilómetro de allí. Nos llamó la atención que las tumbas de los familiares desaparecidos, estaban a un lado del camino de entrada, cerca de las casas, lo que me hizo pensar que debían de vivir la muerte de una forma más natural que nosotros y entonces recordé lo que los amigos que ya llevan tiempo aquí viviendo me han contado de los funerales, son una fiesta que dura varios día.
Durante nuestro paseo Diego nos mostró una planta  que cerraba sus hojas al contacto con nuestra mano, nos cruzamos con mujeres cargadas como es normal aquí y con alguna moto, pero aparte de eso el silencio llamaba nuestra atención, porque era la ausencia total de sonido. Nuevas tumbas aparecieron junto al camino pero esta vez los difuntos no estaban solos unas gallinas paseaban entre ellos y picoteaban tranquilamente aquí y allá. A lo lejos veíamos personas a la sombra de grandes árboles, el tiempo parecía haberse detenido, estábamos en el poblado principal.
Nuestro amigo saludaba a todo el que íbamos encontrando y nosotros le seguíamos entre las casas de adobe rojo, haciendo fotos a todo lo que nos parecía interesante que para mi era casi todo.



Nos encontramos con niños que nos miraban alucinados y cortados, pero que nos seguían en nuestro paseo, porque les pudo más la curiosidad que otra cosa, al ver al grupo de blancos de visita y fotografiando las cosas que a ellos les parecían tan poco notorias.
Primerro fueron tres niñas pequeñas, las que nos seguían, pero conforme recorríamos el poblado el número de acompañantes iba en aumento. Me acordé cuando mi madre nos contaba que así seguían los niños en su pueblo, cuando elle era pequeña al carro de la nieve.
Yo me paraba con ellos y me entretenía haciéndoles fotos, pero el resto del grupo seguía andando y los perdía de vista. Veía a mi amiga Sena esperándome a lo lejos que no se fiaba de dejarme sola por que no fuese capaz de encontrar al resto del grupo, si me quedaba muy rezagada. Entonces yo daba una carrera para alcanzarlos y los críos se partían de risa, y corrían detrás de mi, felices, por la inesperada novedad que les había traído el día.



Nuestras primeras seguidoras

Íbamos sorprendiendo a los habitantes del pueblo en sus tareas cotidianas y nos devolvían los saludos amablemente, me encontré a una niña preciosa a la que hice un plano corto  que por los comenterios que he visto, creo que os ha gustado a todos tanto como a mi y luego la volví a encontrar en dos ocasiones, que posó para mi pacientemente por que ya eramos amigas.

Mi amiga en el primer encuentro.

La mayoría de casas estaban agrupadas supongo que por familias y rodeaban un espacio central a modo de patio, cercado de hojas de palmera, a donde se podía ver la ropa puesta a secar y los animales domésticos: gallinas, cabras y en una de ellas vimos a una perra dando de mamar a sus cachorros, más tarde sabríamos que el futuro de los perros no es ... muy esperanzador.                             
Llegamos a un punto importante de reunión en cualquier poblado: el pozo, que congrega siempre gente a su alrededor a donde observamos alucinados como mi amiga que apenas tendrá diez años sacaba el agua con pericia de una profundidad de al menos 25 o 30 metros con una calabaza       ahuecada, a modo de cubo atada a una cuerda, para llenar palanganas enormes que llevarán luego sobre sus cabezas.                                                                                                                
Mi amiga en el segundo encuentro.
El único edificio construido con ladrillo era la escuela que estaba cerrada por vacaciones pero que  rodeada de grandes árboles de sombra me hacía imaginar a los niños jugando bajo ellos y pensé que ojalá su educación sea coherente con su vida y su entorno y no como la nuestra absurda sin preparar en nada para la vida real. En el poblado principal vimos un espacio con sombrajos de palma y mesitas rústicas que era la zona de mercado que tendría lugar algún día de la semana o del mes y que llenaría la zona de color y de alegría con las mercancías ocupando los mostradores. Me imagino que ese día los caminos se llenarán también de colores, con las mujeres envueltas en telas alegres y llevando sobre sus cabezas la mercancía para vender y a los pequeños a la espalda. El día de mercado pasará y vendrán muchos más como este en que nosotros hemos roto su rutina, su silencio y su tranquilidad.
Una casa de adobe rojo deshabitada.
Sabéis en que pensaba a la vuelta, después de ver a estas personas que tienen la sonrisa más maravillosa del mundo? Que es cierto que no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita.



                                                           
                                      




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