sábado, 7 de septiembre de 2013

NADA COMO UNA PIZZA EN CASA

Otro domingo más salimos a dar una vuelta sin planificar, a ver que nos encontramos, nosotros somos de improvisar, así que vamos hacia el este, dirección Benin. Yo voy en el coche como siempre embobada, con el paisaje, la gente, los puestos junto a la carretera, los colores... y los cuarenta y cinco kilómetros que van de Lomé a Aneho se me pasan volando, a Carlos menos.
La carretera por la que circulamos va paralela a la costa y aunque a cierta distancia, nos deja ver el mar de vez en cuando a nuestra derecha. A mitad de camino empezamos a ver una gran extensión de agua también a nuestra izquierda es el Lago togo. Cuando llegamos a Aneho la vista es preciosa, el mar de un verde esmeralda se une con el lago y en la arena suave de una de las orillas dos barcos de pesca reposan en la arena, parece una postal.
Desembocadura del Lago Togo    
Llegados a este punto del viaje hay dos cosas a las que no podemos resistirnos, tomar fotos y  una cervecita, así que hacemos un alto y en la misma desembocadura del lago encontramos un lugar donde hacer ambas cosas.
 Allí coincidimos con unos amigos y ya se sabe que una buena compañía mejora el sabor de la cerveza, después de pasar un rato agradable decidimos seguir nuestro improvisado viaje y llegamos casi a la frontera de Benin.
 Nos volvimos y el mar de un verde suave quedaba ahora a nuestra izquierda más bonito si cabe porque las palmeras lo hacían parecer de nuevo una postal y claro no tuvimos más remedio que volver a hacer otra vez lo mismo: las fotos y la cervecita.
 Otra vez encontramos un bar con una situación perfecta para ambas cosas y nos sentamos en uno de los dos veladores que había en la puerta. El local tenía una recepción pequeñita que llamó mi atención porque en una de sus paredes había una pequeña biblioteca. Para mi desgracia vi que todos los libros estaban en alguna lengua escandinava. Pero mirando los nombres complicados de los escritores nórdicos llamó mi atención uno español Carlos Ruiz Zafón y "Su sombra del viento".!Que alegría da encontrar a "un compatriota", aunque sea en papel. Carlos mientras, buscaba quien nos atendiera.
La señora que nos trajo las bebidas era muy simpática y nos dijo que la tomásemos dentro pero la vista del mar era tan increíble que yo preferí tomarla fuera y hacer alguna foto, seguíamos en nuestra linea.
Preferi tomar la cervecita fuera porque pensé
 que esto no se podía superar
Carlos enseguida conectó con el personal del bar y me hizo entrar a un jardín interior en el que había muchas plantas, con flores preciosas y algunos colibríes aleteando delante de ellas, había también una gatita famélica dando de mamar a sus cachorros, él se volvió loco haciendo fotos a diestro y siniestro, yo volví al velador.
Nos dijeron que nos prepararían una pizza, al momento vuelve a salir mi marido dándome voces.
-Ana que te estoy llamando, ven, ven. No tenía opción ya me había cogido de la mano y me llevaba revoleada hacia dentro.
Cuando volví a pasar al interior me condujo por un caminito entre plantas y árboles por el jardín de antes y vi una cocina abierta con un horno de leña en un rincón, dos jóvenes ayudando a la señora a cortar verdura, supuse que para nuestra pizza y en un poyete de azulejos habían hecho la masa, la comida prometía.
Salude al personal de paso, ellas se reían de ver a Carlos tirando de mí a la vez que hacía de anfitrión y de cicerone, enseñándome todo el lugar como si se hubiera criado allí, pero lo más asombroso es cuando sin soltarme la mano me hace subir un escalera exterior a la azotea de la casa a donde las vistas eran increíbles. Decidimos almorzar allí viendo a los pescadores apañando las redes y un grupo vendiendo y comprando pescado a la sombra de las palmeras.
Las artifices de la mejor pizza que he comido.
No sé que fue mejor si las vistas o la pizza. Prometimos volver y para Carlos será como volver al hogar...
 

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