Por fin ya estaba en Togo, con los mejores deseos del personal del avión, que hay que ver lo agradables que son, llevan su sonrisa de vuelo colocada hasta el final.
Cuando bajé del avión me recibió una bofetada de calor húmedo que me acompaña hasta hoy. Después tuve que hacer una hora de cola para obtener el visado de entrada al país.
El aeropuerto de Lomé es pequeño un solo espacio para todo y los más de trescientos pasajeros de mi vuelo lo invadimos literalmente.
Sabía que Carlos estaría fuera esperándome y que intentaría por todos los medios contactar con alguien del aeropuerto para saber de mí porque tardaba en salir e intentar ayudarme. Así fue, cuando ya lo había hecho todo, rellenado impresos, pagado para obtener el visado y solo esperaba que me devolvieran el pasaporte, apareció un señor bajito con un papel en la mano y dos nombres escritos en él. El de un holandés que como yo esperaba pacientemente y el mío. Le señalé el papel diciéndole que era yo, me preguntó que que hacía le dije que esperando el pasaporte me dijo que bien, bien y se puso a mi lado acompañándome en la espera, eso si muy sonriente.
Por fin salimos el señor bajito y sonriente el holandés y yo. Allí estaba Carlos con un jefe de su empresa que había sido el de los desembolsos, satisfechos los dos por las cervecitas con que habían amenizado la larga espera y digo larga por que fuimos los últimos en salir del aeropuerto y además porque pensaban que el de los Países Bajos y yo habíamos salido antes gracias a ellos. Ah! "C'est la vie!".
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