Carlos es muy sociable, los que lo conocéis lo sabéis bien. Justo una semana después de mi llegada hemos organizado una cena para celebrar su cumpleaños y de paso para que yo conociese a algunos de sus compañeros y amigos de aquí. No sabíamos como iba a resultar por aquello del idioma ya que eramos cinco franceses, un belga, un señor de Guinea bissau, su novia que es de Benin y seis españoles.
Todos fueron un encanto e hicieron un esfuerzo por comprender y dejarse entender. La cosa fué bien desde el principio yo conversé con todos como pude, el belga se pasó la noche gritando mi nombre con voz de barítono y sin pronunciar la erre: "Ana Maguiiiia". Dice Carlos que así llevaba una semana gritando mi nombre al pasar junto a la maquina con la que él trabaja.
Los franceses unos mas charlatanes otros más tímidos pero todos muy simpáticos, el señor de Guinea hablaba muy bien español a pesar de que su idioma es el portugués, su novia una muchacha guapísima pero muy calladita no dió un ruido en toda la noche y los españoles, que decir de ellos que eran un encanto y fueron nuestra tabla de salvación,porque eso de hablar en otra lengua agota sobre todo si no se sabe.
Hizo una noche estupenda todo el mundo encantado con la situación de la casa y echamos un ratito muy bueno. El menú una caldereta con productos del mar, ensaladilla de gambas que es mi especialidad, tortilla de patatas que no lo es, pinchitos de pollo con aliño traído para la ocasión desde Sevilla uno de los encargos de mi marido, que si me abren la maleta en París los de aduanas se quedan muertos: los avíos de pesca de mis cinco viajes a Decathlon, morcón, mojama, jamón, un surtido de latas de lo más variado, aliño de pinchitos etc... y no se cuantas cosas más.
Carlos había encargado vino español, como la Piquér en tierra extraña. Aunque ni la reunión fué toda de españoles ni por España se brindó ni un pasodoble se oyó que nos hiciera estremecer como a los de Nueva York. Que ya lo hubiéramos querido ya, en cambio vino un grupito de reggae autóctono que nos dijeron que cantarían tres o cuatro temas suyos y que nos costaría cinco mil francos. Pero yo les pregunté a los pobres que si querían tomar algo y me perdí, unos que cocacola otros que unas cervecitas y alguno un whisy, total que le tuvimos que dar diez mil para que se fueran.
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